Y AHORA… EL DE LOS
CAUCHOS
Julio Arconada
Rodríguez
LA NEOPOBREZA
No hace un año que le monté 4 cauchos nuevos a mi
carrito (El mismo de la batería). Eran de una marca tradicional en el país, y
por lo poco que había recorrido me parece que duraron poco. Ya dos se abombaron
y los tuve que desechar. Ando rodando con el repuesto y una chiva que me prestó
mi cuñado y dos pelones que en cualquier momento echan el tiro. No quedaba otra
que hacer un estudio de mercado para ver como estaba la cosa. Ya me habían dicho
que era peor que comprar batería, y no se quedaron cortos.
Los más baratos estaban a BsF. 14.500,oo de ahí
para arriba, lo que le pidiera el cuerpo al vendedor. Me llegaron a pedir BsF.
20.000,oo y un amigo, por ser para mí, BsF. 18.000,oo
Al precio más barato, necesitaría BsF. 58.000,oo
que ni tengo, ni puedo ahorrar. No sé en que categoría me incluiría el
Instituto Nacional de Estadística. Si soy pobre o rico o esa disminuida clase
media, casi desaparecida. En 43 años de vida económica, siempre he vivido de un
sueldo que me alcanzaba para vivir con un cierto grado de decencia. Comía,
bebía, tenía ropa, casa, carro. No podía, ni quería tener joyas, no podía, pero
si quería hacer viajes internacionales y no me alcanzaba para comer en
restaurantes de lujo.
Pero montarle cauchos al carro nunca fue un lujo
inalcanzable, siempre había reservas para ese tipo de cosas. Igual que cuando
se dañaba un aparato se podía arreglar. En estos días, por una tarjeta madre
usada y reparada, para mi ya vieja y mal vista computadora, me pidieron Bs.
35.000,oo. Tuve que pasar y ya no tengo esa computadora.
¿A qué viene todo esto? Pues que uno de los logros
más emblemáticos de la Revolución, fue el haber disminuido el índice de pobreza
y el de pobreza extrema. Está bien. Pero habría que instar a los organismos que
catalogan estas cosas, ONU, FAO, Instituto Nacional de Estadística, quien es el
que en Venezuela dice si somos pobres o no. Porque yo me siento pobre, pero aún
cuando con dificultad, sigo comiendo, no quiero reiniciar la lista de mis
actuales desventuras porque es un fastidio.
Entonces, recomiendo a los estadísticos,
economistas y demás catalogadores, que incluyan una nueva e inédita clase
social: la NEOPOBREZA.
EL DESPOTISMO COMERCIAL
Pero volvamos al rollo de los cauchos. En el
viacrucis ya mencionado de la búsqueda de precios, se siente, se percibe en los
comerciantes como si tuvieran unos lentes especiales que hurgasen en nuestra
disponibilidad económica y a sabiendas de que no podemos comprar, nos dicen el
precio como si no quisieran, a la carrera, mirando para otro lado, atendiendo
simultáneamente otro asunto.
Y no vayan a pensar que visto de harapos, no, pero
debe de haber algo que les hace pensar…
- ¿A qué habrá venido este andrajoso? ¡No hay pan
duro!-
Los precios que escupían eran de cauchos
importados, y cuando uno preguntaba por las marcas tradicionales, que se
fabrican en el país, respondían con una risita
-Esos no han vuelto-
En esto estaba, cuando al pasar por un sitio en la
avenida Bella Vista, donde antes vendían carros y ahora venden cauchos, vi una aglomeración de gente y por una
inspiración le dije a mi hijo –Párate cerca de allí, vamos a ver qué pasa- Yo
ignoraba que se vendieran cauchos a precio regulado.
En la puerta del establecimiento estaba un hombre
(aunque me provoca decirle tipo) con el uniforme de la empresa hablándole a una
pequeña multitud (¿Esto es un oxímoron?) pero con una prepotencia y grosería
que no me esforzaré en describir.
-Solo se les va a vender a 10 carros, y a las 2 de
la tarde-
Estábamos a media mañana y justo en la acera en la
que pegaba el sol maracucho que tanto nos ama. La gente quería entregarle una
lista hecha por ellos mismos, a medida que habían ido llegando.
-No se aceptan listas- dijo con la voz más
desagradable que le dieran sus más asquerosos registros.
-Se va a atender por orden de llegada. Y quiero que
se me retiren de aquí-
Esto ya me revolvió las tripas. Estábamos en la
acera ¿Cuándo la privatizaron y le dieron al bolsa ese el poder para
desalojarnos de un sitio público? Pero nadie reaccionó a este exabrupto. Sin
duda que no había muchos que hubieran gritado alguna vez –¡Las calles son del
pueblo, no de la policía!-
Lo que replicaron era que si la gandola había
llegado tempranito ¿Por qué iban a vender a las 2 de la tarde?
-Porque hay que calcular los precios- Dijo el
idiota con ínfulas de Musolini.
Si solo venderían a 10 carros, y yo estaba por la
medida chiquita, en el puesto 40, no tenía nada que buscar, salvo información,
que al parecer no estaban dispuestos a dar. Pero como yo en un verguero me
siento como el pez en el agua le pregunté
-¿Es que cada vez que viene una gandola hay que re
calcular los precios?-
-Si- Me respondió –Además hay que esperar a que
venga la Superintendencia y la guardia nacional-
-¡Qué molleja!- Pensé para mis adentros –La
inflación no es anual ni trimestral, ni mensual. Es diaria- El tipo de nuevo
nos exigió que nos retirásemos de ahí y nos llegó a amenazar con llamar a la
guardia, a la policía y de vaina no nos amenazó con el FBI. Y en esto, un señor
como de mi edad le dijo…
-Hágame el favor de llamar ahora a la guardia o a
la policía- Y el baboso, asustado reculó.
-No. Ellos vienen con la superintendencia, cuando
comience la venta-
Me fastidié, y como no tenía esperanza de nada ni
objeto de quedarme, me fui.
Días más tarde volví a pasar y no había nadie,
estaba despejado y aproveché el sosiego para tratar de informarme sobre que
había que hacer para comprar cauchos. El único que estaba era el vigilante. Y a
él le pregunté. La repuesta, además de ambigua fue definitivamente evasiva. Más hipócrita que saludo de
alcabala, dijo que ellos no querían que la gente amaneciera ni que se hicieran
colas. Pero más allá de eso, su opinión se limitó a un expresivo encogimiento
de hombros como diciendo -¿Qué podemos hacer? La gente insiste en hacer eso-
Todo lo que quería saber, y aún quiero, es ¿Cómo
puedo enterarme de cuando viene la gandola con los cauchos para empezar a hacer
cola desde la noche anterior? Porque pasan días y al frente de el
establecimiento no se ve a nadie. Pero de repente vas una mañana y ya hay 300
carros en cola ¿Qué comen que adivinan? ¿Cuáles son las secretas vías de
información que usan?
EL PSUV CONTRIBUYE A LA DESESPERANZA
Una tarde de esas pasamos y vimos el conglomerado
de gente en la entrada y las aceras llenas de carros. Nos paramos donde pudimos
y nos fuimos a ver que se veía. Aparte del ya consabido montón de vociferantes
desesperados, destacaba como novedad una señora de mediana edad y gesto
vigoroso, que con buenas palabras, unidas a un más que expresivo lenguaje
gestual, mandaba a al gente a la mierda.
Eso ya es costumbre, pero lo significativo, y por
mí nunca visto, era su vestuario. Cubría a una franela roja (creo recordar) un
chaleco caqui con una inscripción que, unida mi mala vista a la distancia, no
pude de momento descifrar, pero que por los logos y dibujos dejaban a entender
que se trataba de un personaje oficial. Una agente del gobierno. Completaba su
atuendo una gorra del mismo color del chaleco y con la misma inscripción y los
mismos logos. Al estar luego más cerca pude ver que se trataba de la
Superintendencia de Precios Justos.
Las preguntas que le hice al vigilante, y que no me
contestó, pensé hacérselas a esta señora, quien por ser funcionaria y supuestamente
chavista, supuse yo que si me las satisfaría. Cuando a base de joder llegué a
la primera fila, la señora del chaleco y gorra aseguraba enfáticamente que no
había cauchos, que solo había unos poquitos y que no se aceptaban listas.
Bueno, eso ya lo habíamos oído demasiadas veces, así que sin darle tiempo a que
se metiera en la cueva le abordé
–Yo sé que hoy no tengo oportunidad, pero quiero
que me diga qué es lo que hay que hacer para poder comprar cauchos-
La respuesta me dejó estupefacto, jamás pensé
escuchar algo tan tonto y sin sentido.
-¿Y a usted quien le enseñó a hacer cola?-
Me tuve que morder la lengua para no contestarle -¡Nicolás
Maduro!- pero ya había oído demasiadas quejas, rumores y maldiciones como para
echar más leña al fuego. Pero sinceramente me quedé inerte, no supe que
contestar ni para que estaba allí. Así que me fui.
Esa noche, en casa no tuve sosiego. Lo que había
vivido esa tarde se me revolvía en una mezcla de, mil sensaciones. Rabia,
impotencia, incredulidad (no era posible que eso estuviera pasando)
desconcierto. ¿Qué hacer? Por fin tomé una decisión y se la comuniqué a mi hijo
y a mi nieto. Nos iríamos esa madrugada para estar en la cola antes de las 4. Siendo
tres hombres disminuía en parte el riesgo de seguridad que implica estar a esas
horas en la calle y estacionados.
Dicho por hecho, a esa hora estuvimos en la cola,
que no me pareció tan larga. Les dije a los muchachos –Estén pilas con los
vendedores de cupos, pues estoy decidido a comprar uno- En el principio de la cola, cerca de la
puerta del establecimiento, estaba reunido un grupo de aspirantes a
compradores. Decidimos ir hasta allá con el doble propósito de tal vez alcanzar
algo de información y a la vez estar más protegidos por la compañía. Nada más
llegar me preguntaron por el tipo de caucho que buscaba, al decirles que rin
13, dos de esas personas dijeron al unísono -De ese tipo solo quedan para 6
carros, nos lo informaron ayer en la tarde-
Yo estaba en el puesto 24, pero percibí que había
mucho carro pequeño, de rin 13
-Y todos estos carros ¿por qué están aquí? Hay
muchos más de 6 de rin 13-
Se encogieron de hombros como diciendo -¡Allá tú!- Y
al cabo de un rato de comentarios de lo jodida que está la situación, de
expresiones de nostalgia de la abundancia cuartorepublicana (sería para ellos)
y por supuesto, no podía faltar, de la culpa del actual gobierno en lo que
estamos sufriendo, di por suficiente la dosis de depresión y me fui caminando
hacia mi carro, con ganas de irme. Uno que caminaba conmigo dijo
-Yo espero a que me lo diga el de la tienda. Hay
muchos carros rin 13 ¿Por qué esos no se van?-
Esto terminó de convencerme y decidí quedarme. Ya
para esa hora había llegado más gente con sus carros y aún siendo de madrugada,
la sensación de peligro se veía muy mermada.
De nuevo amaneció, llegó la hora de abrir la
tienda, la abrieron, se aglomeró la gente en la puerta y al ratico yo me fui
incorporando. ¿Y quién estaba en la puerta al mando de la situación? Pues ni
más ni menos que la inefable señora ataviada con el consabido chaleco y la
consabida gorra. Lo que allí oí y vi era de delirio.
-Solo se va a vender cauchos a 10 carros ahora y a
otros 10 en la tarde- Vociferaba con la desagradable voz de maestra regañona.
-Señora –tercié yo- ¿Hay cauchos rin 13?- No sé
porqué le molestaba que uno preguntase, pero con voz de fastidio repitió
-Ya he dicho que solo se va a vender cauchos a 10
carros ahora y a otros 10 en la tarde. Y me hacen el favor y despejan-
Que esta representante del chavismo privatizara la
acera a favor del vendedor de cauchos y sobre todo con ese tono de voz y esa
prepotencia me enardeció.
-Mire señora, los que estamos aquí somos
ciudadanos, que tenemos una dignidad y merecemos un respeto. No le estamos
quitanda nada a nadie. Todo lo que queremos es saber como hay que hacer para
comprar cauchos. Y usted no nos puede plantear que de ahora en adelante hay que
mudarse a esta acera y comer aquí y dormir aquí y no saber nunca cuando van a
venir ni cuando le va a tocar a uno-
Esto la enfureció. Pareció sentirse herida en su
orgullo y amor propio.
-Ni les hemos dicho que duerman aquí ni que hagan
cola. Eso lo hacen ustedes porque quieren- Dijo con ira muy mal disimulada.
-Pero debiera ser su obligación presentar alguna
alternativa válida y no dejarnos en la incertidumbre y la desesperanza. ¡Y
regañados pa más ñapa!-
-¿Quiere decir que estoy cobrando plata?- Dijo ya
fuera de si
-Dijo Salomón “de la abundancia del corazón, habla
la boca” Yo jamás he mencionado eso de la plata. Lo ha hecho usted y todavía no
entiendo por qué ha salido con esa-
Echando candela por los ojos y espuma por la boca
dio media vuelta y se metió en el negocio, escoltada por el vigilante. Yo hice
lo propio, pero en sentido contrario y me fui. No echaba nada por ningún lado,
pero si me iba muy arrecho.
Cuando movido el carro fuera de la cola pasé por la
punta de la misma, cerca de la entrada, la vi anotando a la gente en un papel,
tal vez estaba haciendo una lista, pero no me provocó pararme a averiguar, ni
había donde hacerlo.
Ya en la casa mi ánimo era un volcán a punto de
erupción. No podía creer que las cosas estuvieran pasando como pasaban en
realidad. Sentía la necesidad de hacer algo, no quedarme con esa. Vi con
claridad que de seguir así la incipiente revolución se iba para el carajo y la
estaban mandando para allá los que dicen que la defienden.
Busqué en internet la dirección de la
Superintendencia del Precio Justo, que no me quedaba muy lejos y me fui para
allá. Era un poco tarde, pero me fui aventurando. A pesar de la hora me
atendieron bien. Un funcionario me escuchó con respeto y comprensión. Me aclaró
que esa persona no era funcionaria de la Superintendencia, que era una figura
novedosa llamados “Inspectores populares” y para tratar de aclarar la situación
llamó por teléfono al funcionario de la Superintendencia a quien le
correspondía esa zona. Mientras se establecía la comunicación me dejó entrever
que intentaría que se me pudiera ayudar. No es que me hubiera molestado que si
podían me echaran una manito, pero no era ni mi intención ni pensaba en eso
cuando decidí ir para allá y así se lo hice saber.
-Mire- le dije yo- Soy socialista desde mucho antes
de conocer la existencia de Chávez, y mi sueño, nuestro sueño, el de todos los
que en esa época teníamos el valor de serlo, era una sociedad justa, sin
explotación, sin exclusión. Distinta a lo que en ese tiempo vivíamos. Y cuando
nos dejaban que nos contáramos en elecciones, toda la izquierda apenas si
alcanzaba un 5%. Parecía que no había esperanza. Hasta que llegó el gigante
Chávez y aglutinó todo esa gente que sin saberlo eran de izquierda, pero que
votaban a la derecha, aún teniendo el mismo anhelo que los reconocidos de
izquierda ¿Cuál era el aporte esencial de Chávez? ¡LA ESPERANZA! No pensábamos
que lo lograría de una vez, pero no descansaría hasta lograrlo. Ahora bien, la
actitud de esta señora inspectora popular, no puede ser más torpe ni más
antichavista. Si Chávez nos trajo la esperanza, esa señora, y por lo visto
miles de ellas y ellos, por toda la faz de la Patria, nos sumergen en la más
atroz desesperanza, frustración, tristeza, impotencia y sorda arrechera. ¡Todo
lo contrario de lo que Chávez nos dejó!-
El funcionario asentía con gestos, y cuando quiso
intervenir, lo atajé, tal vez en un gesto descortés. Pero no me quería ir sin
sacar todo lo que llevaba por dentro.
-No es mi intención sacar ventaja de esta
situación. Pero puse mucha esperanza y cariño en esta incipiente y
bienintencionada Revolución, y me llena de tristeza y desesperación que la
torpeza de los principales llamados a defenderla, y que más se llenan la bocota
diciendo que lo hacen, sean los que van a lograr destruirla y hacer que la
gente la odie y por muchas décadas no se quiera volver a hablar de socialismo
en este país-
-¿No se les puede dar un curso de inducción a estos
inspectores? Se les debe decir que dejen que la cara de perro la ponga el
burgués dueño o encargado de la tienda. Que ellos tienen que tener la imagen de
Chávez. Dar esperanza, buscar soluciones. Que si las hay, pero se deben buscar.
Que no se deben de cerrar a defender las disposiciones del negocio. Que su
función es ayudar y defender al pueblo, no maltratarlo-
Bueno, no sé cuantas cosas más le dije, pero todas
por el mismo estilo. En esto cayó la llamada del funcionario encargado de la
zona, y el que me atendía a mí le explicó poco más o menos lo que yo le dije.
El susodicho funcionario mostró extrañeza por cuanto para él, esa señora era de
lo mejorcito que tenían. Muy honesta (que no tengo que poner en duda) y muy
capaz.
-¡Joder!- Dije yo para mis adentros –Si esta es la
buena ¿Cómo serán los malos? Ahora si es verdad que nos jodimos ¡se acabó esta
vaina!-
Y me despedí cordial y agradecidamente, porque la
verdad es que se había portado muy bien. Pero la tristeza no se me quita, pues
hasta este pequeño gesto del gobierno para poner paliativos al enorme problema,
lo hizo mal. La cara que el gobierno le da al pueblo, a través de los
“inspectores populares” no es la cara de Chávez sino la hostil del dueño del
negocio. Y a lo mejor piensan que se la están comiendo y salvando a la
Revolución.
Hay muchísima tela que cortar, muchas reflexiones,
ideas, que espero que ustedes aporten y ya lo han hecho algunos. Pero esto ya
vuelve a estar larguísimo y es mejor que lo corte. Prometo escribir sobre lo
que se piensa que se puede hacer, pues solo con quejarnos no hacemos nada.
Incluiré las ideas aportadas por algunos de ustedes. Y ya saben que
probablemente sea también largo ¡Están avisados!
P.D. De esto hace dos meses largos ya y, a
diferencia de la batería, todavía no los he podido comprar. Tengo inactivo el
carro, no me atrevo a salir