domingo, 23 de agosto de 2015



Y AHORA… EL DE LOS CAUCHOS
Julio Arconada Rodríguez
LA NEOPOBREZA
No hace un año que le monté 4 cauchos nuevos a mi carrito (El mismo de la batería). Eran de una marca tradicional en el país, y por lo poco que había recorrido me parece que duraron poco. Ya dos se abombaron y los tuve que desechar. Ando rodando con el repuesto y una chiva que me prestó mi cuñado y dos pelones que en cualquier momento echan el tiro. No quedaba otra que hacer un estudio de mercado para ver como estaba la cosa. Ya me habían dicho que era peor que comprar batería, y no se quedaron cortos.
Los más baratos estaban a BsF. 14.500,oo de ahí para arriba, lo que le pidiera el cuerpo al vendedor. Me llegaron a pedir BsF. 20.000,oo y un amigo, por ser para mí, BsF. 18.000,oo
Al precio más barato, necesitaría BsF. 58.000,oo que ni tengo, ni puedo ahorrar. No sé en que categoría me incluiría el Instituto Nacional de Estadística. Si soy pobre o rico o esa disminuida clase media, casi desaparecida. En 43 años de vida económica, siempre he vivido de un sueldo que me alcanzaba para vivir con un cierto grado de decencia. Comía, bebía, tenía ropa, casa, carro. No podía, ni quería tener joyas, no podía, pero si quería hacer viajes internacionales y no me alcanzaba para comer en restaurantes de lujo.
Pero montarle cauchos al carro nunca fue un lujo inalcanzable, siempre había reservas para ese tipo de cosas. Igual que cuando se dañaba un aparato se podía arreglar. En estos días, por una tarjeta madre usada y reparada, para mi ya vieja y mal vista computadora, me pidieron Bs. 35.000,oo. Tuve que pasar y ya no tengo esa computadora.
¿A qué viene todo esto? Pues que uno de los logros más emblemáticos de la Revolución, fue el haber disminuido el índice de pobreza y el de pobreza extrema. Está bien. Pero habría que instar a los organismos que catalogan estas cosas, ONU, FAO, Instituto Nacional de Estadística, quien es el que en Venezuela dice si somos pobres o no. Porque yo me siento pobre, pero aún cuando con dificultad, sigo comiendo, no quiero reiniciar la lista de mis actuales desventuras porque es un fastidio.
Entonces, recomiendo a los estadísticos, economistas y demás catalogadores, que incluyan una nueva e inédita clase social: la NEOPOBREZA.

EL DESPOTISMO COMERCIAL
Pero volvamos al rollo de los cauchos. En el viacrucis ya mencionado de la búsqueda de precios, se siente, se percibe en los comerciantes como si tuvieran unos lentes especiales que hurgasen en nuestra disponibilidad económica y a sabiendas de que no podemos comprar, nos dicen el precio como si no quisieran, a la carrera, mirando para otro lado, atendiendo simultáneamente otro asunto.
Y no vayan a pensar que visto de harapos, no, pero debe de haber algo que les hace pensar…
- ¿A qué habrá venido este andrajoso? ¡No hay pan duro!-
Los precios que escupían eran de cauchos importados, y cuando uno preguntaba por las marcas tradicionales, que se fabrican en el país, respondían con una risita
-Esos no han vuelto-
En esto estaba, cuando al pasar por un sitio en la avenida Bella Vista, donde antes vendían carros y ahora venden cauchos, vi  una aglomeración de gente y por una inspiración le dije a mi hijo –Párate cerca de allí, vamos a ver qué pasa- Yo ignoraba que se vendieran cauchos a precio regulado.
En la puerta del establecimiento estaba un hombre (aunque me provoca decirle tipo) con el uniforme de la empresa hablándole a una pequeña multitud (¿Esto es un oxímoron?) pero con una prepotencia y grosería que no me esforzaré en describir.
-Solo se les va a vender a 10 carros, y a las 2 de la tarde-
Estábamos a media mañana y justo en la acera en la que pegaba el sol maracucho que tanto nos ama. La gente quería entregarle una lista hecha por ellos mismos, a medida que habían ido llegando.
-No se aceptan listas- dijo con la voz más desagradable que le dieran sus más asquerosos registros.
-Se va a atender por orden de llegada. Y quiero que se me retiren de aquí-
Esto ya me revolvió las tripas. Estábamos en la acera ¿Cuándo la privatizaron y le dieron al bolsa ese el poder para desalojarnos de un sitio público? Pero nadie reaccionó a este exabrupto. Sin duda que no había muchos que hubieran gritado alguna vez –¡Las calles son del pueblo, no de la policía!-
Lo que replicaron era que si la gandola había llegado tempranito ¿Por qué iban a vender a las 2 de la tarde?
-Porque hay que calcular los precios- Dijo el idiota con ínfulas de Musolini.
Si solo venderían a 10 carros, y yo estaba por la medida chiquita, en el puesto 40, no tenía nada que buscar, salvo información, que al parecer no estaban dispuestos a dar. Pero como yo en un verguero me siento como el pez en el agua le pregunté
-¿Es que cada vez que viene una gandola hay que re calcular los precios?-
-Si- Me respondió –Además hay que esperar a que venga la Superintendencia y la guardia nacional-
-¡Qué molleja!- Pensé para mis adentros –La inflación no es anual ni trimestral, ni mensual. Es diaria- El tipo de nuevo nos exigió que nos retirásemos de ahí y nos llegó a amenazar con llamar a la guardia, a la policía y de vaina no nos amenazó con el FBI. Y en esto, un señor como de mi edad le dijo…
-Hágame el favor de llamar ahora a la guardia o a la policía- Y el baboso, asustado reculó.
-No. Ellos vienen con la superintendencia, cuando comience la venta-
Me fastidié, y como no tenía esperanza de nada ni objeto de quedarme, me fui.
Días más tarde volví a pasar y no había nadie, estaba despejado y aproveché el sosiego para tratar de informarme sobre que había que hacer para comprar cauchos. El único que estaba era el vigilante. Y a él le pregunté. La repuesta, además de ambigua fue definitivamente          evasiva. Más hipócrita que saludo de alcabala, dijo que ellos no querían que la gente amaneciera ni que se hicieran colas. Pero más allá de eso, su opinión se limitó a un expresivo encogimiento de hombros como diciendo -¿Qué podemos hacer? La gente insiste en hacer eso- 
Todo lo que quería saber, y aún quiero, es ¿Cómo puedo enterarme de cuando viene la gandola con los cauchos para empezar a hacer cola desde la noche anterior? Porque pasan días y al frente de el establecimiento no se ve a nadie. Pero de repente vas una mañana y ya hay 300 carros en cola ¿Qué comen que adivinan? ¿Cuáles son las secretas vías de información que usan?

EL PSUV CONTRIBUYE A LA DESESPERANZA
Una tarde de esas pasamos y vimos el conglomerado de gente en la entrada y las aceras llenas de carros. Nos paramos donde pudimos y nos fuimos a ver que se veía. Aparte del ya consabido montón de vociferantes desesperados, destacaba como novedad una señora de mediana edad y gesto vigoroso, que con buenas palabras, unidas a un más que expresivo lenguaje gestual, mandaba a al gente a la mierda.
Eso ya es costumbre, pero lo significativo, y por mí nunca visto, era su vestuario. Cubría a una franela roja (creo recordar) un chaleco caqui con una inscripción que, unida mi mala vista a la distancia, no pude de momento descifrar, pero que por los logos y dibujos dejaban a entender que se trataba de un personaje oficial. Una agente del gobierno. Completaba su atuendo una gorra del mismo color del chaleco y con la misma inscripción y los mismos logos. Al estar luego más cerca pude ver que se trataba de la Superintendencia de Precios Justos.
Las preguntas que le hice al vigilante, y que no me contestó, pensé hacérselas a esta señora, quien por ser funcionaria y supuestamente chavista, supuse yo que si me las satisfaría. Cuando a base de joder llegué a la primera fila, la señora del chaleco y gorra aseguraba enfáticamente que no había cauchos, que solo había unos poquitos y que no se aceptaban listas. Bueno, eso ya lo habíamos oído demasiadas veces, así que sin darle tiempo a que se metiera en la cueva le abordé
–Yo sé que hoy no tengo oportunidad, pero quiero que me diga qué es lo que hay que hacer para poder comprar cauchos-
La respuesta me dejó estupefacto, jamás pensé escuchar algo tan tonto y sin sentido.
-¿Y a usted quien le enseñó a hacer cola?-
Me tuve que morder la lengua para no contestarle -¡Nicolás Maduro!- pero ya había oído demasiadas quejas, rumores y maldiciones como para echar más leña al fuego. Pero sinceramente me quedé inerte, no supe que contestar ni para que estaba allí. Así que me fui.
Esa noche, en casa no tuve sosiego. Lo que había vivido esa tarde se me revolvía en una mezcla de, mil sensaciones. Rabia, impotencia, incredulidad (no era posible que eso estuviera pasando) desconcierto. ¿Qué hacer? Por fin tomé una decisión y se la comuniqué a mi hijo y a mi nieto. Nos iríamos esa madrugada para estar en la cola antes de las 4. Siendo tres hombres disminuía en parte el riesgo de seguridad que implica estar a esas horas en la calle y estacionados.
Dicho por hecho, a esa hora estuvimos en la cola, que no me pareció tan larga. Les dije a los muchachos –Estén pilas con los vendedores de cupos, pues estoy decidido a comprar uno-     En el principio de la cola, cerca de la puerta del establecimiento, estaba reunido un grupo de aspirantes a compradores. Decidimos ir hasta allá con el doble propósito de tal vez alcanzar algo de información y a la vez estar más protegidos por la compañía. Nada más llegar me preguntaron por el tipo de caucho que buscaba, al decirles que rin 13, dos de esas personas dijeron al unísono -De ese tipo solo quedan para 6 carros, nos lo informaron ayer en la tarde-
Yo estaba en el puesto 24, pero percibí que había mucho carro pequeño, de rin 13
-Y todos estos carros ¿por qué están aquí? Hay muchos más de 6 de rin 13-
Se encogieron de hombros como diciendo -¡Allá tú!- Y al cabo de un rato de comentarios de lo jodida que está la situación, de expresiones de nostalgia de la abundancia cuartorepublicana (sería para ellos) y por supuesto, no podía faltar, de la culpa del actual gobierno en lo que estamos sufriendo, di por suficiente la dosis de depresión y me fui caminando hacia mi carro, con ganas de irme. Uno que caminaba conmigo dijo
-Yo espero a que me lo diga el de la tienda. Hay muchos carros rin 13 ¿Por qué esos no se van?-
Esto terminó de convencerme y decidí quedarme. Ya para esa hora había llegado más gente con sus carros y aún siendo de madrugada, la sensación de peligro se veía muy mermada.
De nuevo amaneció, llegó la hora de abrir la tienda, la abrieron, se aglomeró la gente en la puerta y al ratico yo me fui incorporando. ¿Y quién estaba en la puerta al mando de la situación? Pues ni más ni menos que la inefable señora ataviada con el consabido chaleco y la consabida gorra. Lo que allí oí y vi era de delirio.
-Solo se va a vender cauchos a 10 carros ahora y a otros 10 en la tarde- Vociferaba con la desagradable voz de maestra regañona.
-Señora –tercié yo- ¿Hay cauchos rin 13?- No sé porqué le molestaba que uno preguntase, pero con voz de fastidio repitió
-Ya he dicho que solo se va a vender cauchos a 10 carros ahora y a otros 10 en la tarde. Y me hacen el favor y despejan-
Que esta representante del chavismo privatizara la acera a favor del vendedor de cauchos y sobre todo con ese tono de voz y esa prepotencia me enardeció.
-Mire señora, los que estamos aquí somos ciudadanos, que tenemos una dignidad y merecemos un respeto. No le estamos quitanda nada a nadie. Todo lo que queremos es saber como hay que hacer para comprar cauchos. Y usted no nos puede plantear que de ahora en adelante hay que mudarse a esta acera y comer aquí y dormir aquí y no saber nunca cuando van a venir ni cuando le va a tocar a uno-
Esto la enfureció. Pareció sentirse herida en su orgullo y amor propio.
-Ni les hemos dicho que duerman aquí ni que hagan cola. Eso lo hacen ustedes porque quieren- Dijo con ira muy mal disimulada.
-Pero debiera ser su obligación presentar alguna alternativa válida y no dejarnos en la incertidumbre y la desesperanza. ¡Y regañados pa más ñapa!-
-¿Quiere decir que estoy cobrando plata?- Dijo ya fuera de si
-Dijo Salomón “de la abundancia del corazón, habla la boca” Yo jamás he mencionado eso de la plata. Lo ha hecho usted y todavía no entiendo por qué ha salido con esa-
Echando candela por los ojos y espuma por la boca dio media vuelta y se metió en el negocio, escoltada por el vigilante. Yo hice lo propio, pero en sentido contrario y me fui. No echaba nada por ningún lado, pero si me iba muy arrecho.
Cuando movido el carro fuera de la cola pasé por la punta de la misma, cerca de la entrada, la vi anotando a la gente en un papel, tal vez estaba haciendo una lista, pero no me provocó pararme a averiguar, ni había donde hacerlo.
Ya en la casa mi ánimo era un volcán a punto de erupción. No podía creer que las cosas estuvieran pasando como pasaban en realidad. Sentía la necesidad de hacer algo, no quedarme con esa. Vi con claridad que de seguir así la incipiente revolución se iba para el carajo y la estaban mandando para allá los que dicen que la defienden.
Busqué en internet la dirección de la Superintendencia del Precio Justo, que no me quedaba muy lejos y me fui para allá. Era un poco tarde, pero me fui aventurando. A pesar de la hora me atendieron bien. Un funcionario me escuchó con respeto y comprensión. Me aclaró que esa persona no era funcionaria de la Superintendencia, que era una figura novedosa llamados “Inspectores populares” y para tratar de aclarar la situación llamó por teléfono al funcionario de la Superintendencia a quien le correspondía esa zona. Mientras se establecía la comunicación me dejó entrever que intentaría que se me pudiera ayudar. No es que me hubiera molestado que si podían me echaran una manito, pero no era ni mi intención ni pensaba en eso cuando decidí ir para allá y así se lo hice saber.
-Mire- le dije yo- Soy socialista desde mucho antes de conocer la existencia de Chávez, y mi sueño, nuestro sueño, el de todos los que en esa época teníamos el valor de serlo, era una sociedad justa, sin explotación, sin exclusión. Distinta a lo que en ese tiempo vivíamos. Y cuando nos dejaban que nos contáramos en elecciones, toda la izquierda apenas si alcanzaba un 5%. Parecía que no había esperanza. Hasta que llegó el gigante Chávez y aglutinó todo esa gente que sin saberlo eran de izquierda, pero que votaban a la derecha, aún teniendo el mismo anhelo que los reconocidos de izquierda ¿Cuál era el aporte esencial de Chávez? ¡LA ESPERANZA! No pensábamos que lo lograría de una vez, pero no descansaría hasta lograrlo. Ahora bien, la actitud de esta señora inspectora popular, no puede ser más torpe ni más antichavista. Si Chávez nos trajo la esperanza, esa señora, y por lo visto miles de ellas y ellos, por toda la faz de la Patria, nos sumergen en la más atroz desesperanza, frustración, tristeza, impotencia y sorda arrechera. ¡Todo lo contrario de lo que Chávez nos dejó!-
El funcionario asentía con gestos, y cuando quiso intervenir, lo atajé, tal vez en un gesto descortés. Pero no me quería ir sin sacar todo lo que llevaba por dentro.
-No es mi intención sacar ventaja de esta situación. Pero puse mucha esperanza y cariño en esta incipiente y bienintencionada Revolución, y me llena de tristeza y desesperación que la torpeza de los principales llamados a defenderla, y que más se llenan la bocota diciendo que lo hacen, sean los que van a lograr destruirla y hacer que la gente la odie y por muchas décadas no se quiera volver a hablar de socialismo en este país-
-¿No se les puede dar un curso de inducción a estos inspectores? Se les debe decir que dejen que la cara de perro la ponga el burgués dueño o encargado de la tienda. Que ellos tienen que tener la imagen de Chávez. Dar esperanza, buscar soluciones. Que si las hay, pero se deben buscar. Que no se deben de cerrar a defender las disposiciones del negocio. Que su función es ayudar y defender al pueblo, no maltratarlo-
Bueno, no sé cuantas cosas más le dije, pero todas por el mismo estilo. En esto cayó la llamada del funcionario encargado de la zona, y el que me atendía a mí le explicó poco más o menos lo que yo le dije. El susodicho funcionario mostró extrañeza por cuanto para él, esa señora era de lo mejorcito que tenían. Muy honesta (que no tengo que poner en duda) y muy capaz.
-¡Joder!- Dije yo para mis adentros –Si esta es la buena ¿Cómo serán los malos? Ahora si es verdad que nos jodimos ¡se acabó esta vaina!-
Y me despedí cordial y agradecidamente, porque la verdad es que se había portado muy bien. Pero la tristeza no se me quita, pues hasta este pequeño gesto del gobierno para poner paliativos al enorme problema, lo hizo mal. La cara que el gobierno le da al pueblo, a través de los “inspectores populares” no es la cara de Chávez sino la hostil del dueño del negocio. Y a lo mejor piensan que se la están comiendo y salvando a la Revolución.
Hay muchísima tela que cortar, muchas reflexiones, ideas, que espero que ustedes aporten y ya lo han hecho algunos. Pero esto ya vuelve a estar larguísimo y es mejor que lo corte. Prometo escribir sobre lo que se piensa que se puede hacer, pues solo con quejarnos no hacemos nada. Incluiré las ideas aportadas por algunos de ustedes. Y ya saben que probablemente sea también largo ¡Están avisados!
P.D. De esto hace dos meses largos ya y, a diferencia de la batería, todavía no los he podido comprar. Tengo inactivo el carro, no me atrevo a salir

sábado, 8 de agosto de 2015



EL PEO DE LAS BATERÍAS
Julio Arconada Rodríguez
Necesito una batería. Por los relatos de conocidos que ya pasaron por eso, sé que hay que armarse de valor y hacer acopio de paciencia para acometer esa empresa. Así que acompañado por mi hijo, a las 4:30 de la madrugada llegamos a hacer la cola. Me alegré al ver que no había sino 5 carros en la cola y le dije a mi hijo que se estacionara detrás del último. Quedó muy mal estacionado, en diagonal en toda la esquina, ni en una calle ni en la otra. Le dije que se quedara así mientras y hablaba con los que habían llegado antes. Me sorprendió que ningún carro tenía chofer, salvo el primero de la cola, pegado al portón de la venta. Un viejito, con aspecto de gran mansedumbre me dijo que estaba en ese sitio desde el domingo a las 6 de la mañana. A la sazón era la madrugada del lunes. No comprendí por que hacía ese gran sacrificio si había tan poquitos carros
 – Ustedes van a tener problemas – me dijo – La cola es allá – y me señaló la calle transversal.
¡La acera derecha estaba totalmente llena y la de la izquierda le faltaba poco para llenarse! Me dirigí hacia allá y me llamó una señora, que sin duda había captado mi perplejidad
– Nosotros somos el último carro – Desde ese mismo sitio le grité a mi hijo – Trae el carro para acá.
Una vez instalados, me dedique a hacer un análisis de la situación. Empecé por contar los carros para ver en que puesto estábamos. El 33, había oído que vendían 40 baterías, así que casi al final de la cola pero dentro del rango, y eso me tranquilizó algo. Seguí observando y volví a notar que muy pocos carros tenían chofer. La mayoría estaban cerrados, aunque si había pequeños grupos de personas, no muy proclives a entablar conversación, pero aun así eran menos personas que carros. Le comenté eso a uno de los grupos, de no más de 4 personas, y una de ellas me dijo que había gente que cuidaban los puestos, a 1.000 Bs/puesto. Al rato entabló conversación conmigo un señor, que lo veía yo muy comunicativo, andaba entre todos los grupos. Enseguida me di cuenta de que era uno de los de la organización “vende puestos” el más visible y activo de todos ellos.
Observé que había un carro que no había visto antes y protesté y di la alarma en voz alta. En seguida, desde el estacionamiento de un centro comercial adyacente me contestó alguien diciendo que en ese puesto estaba antes él, y que se había salido para que entrara el nuevo. Comprendí que era el negocio de los vende puestos, pero no me afectaba entraba uno, pero salía otro.
Volví a recontarlos carros – 33 – dije – Seguimos iguales – 35 – Me replicó el vende puestos locuaz – Tengo dos puestos por aquí apartados
 Evalué la situación y llegué a la conclusión de que no valía la pena oponerse ni argumentar, pues no era uno solo sino toda una organización. Pero seguí mosca para evitar que siguiera la cosita de la introducidera de puestos no visibilizados. Observé, y así se lo hice notar a mi hijo, que yo era el único que estaba pendiente y vigilante de los puestos, el número de carros y su orden. También me di cuenta de que esta vigilancia tenía nerviosos a la organización vende puestos. Aún no amanecía y comenzó a llover. Nos guarecimos bajo el alero del centro comercial. En esto se me acerca nuestro ya conocido gestor de puestos y me dice
– Viejito, le voy a decir una cosa, pero quiero que no se altere
– Yo nunca me altero – le respondí
– Ah bueno, mire, van a vender solo 30 baterías, yo tengo un puesto que no me vino, no le voy a cobrar los 1000 Bs que vale, pero usted me da para un buen desayuno y va a quedar en el puesto 26
 – Vamos a echarle bolas – Asentí al instante – Pero hay que empujar el carro, porque no prende
–No hay problema, lo empujamos.
Con la primera y tímida luz del día, llegó un empleado de la casa vendedora. Un centro distribuidor de baterías Duncan. No sé que diría este, ni a quién, pero a los minutos de su llegada, los vendedores de puestos comenzaron a vociferar que ¡No hay derecho, no van a vender baterías! Después de esa mojada amanecida, a nadie le gustó esa perspectiva y empezaron los comentarios nerviosos
– Vamos a calmarnos y a esperar que abran la tienda para que nos informe el gerente – Recomendé yo.
Empezaron los comentarios de personas vende puestos, que saben lo que pasa porque prácticamente viven allí – El jueves llegó un camión con baterías, pero no vendieron porque y que había que meterlas en el sistema. El viernes vendieron 40 baterías. Sábado y domingo no trabajan y ¡cómo van a decir el lunes que no hay baterías! Si un camión carga por lo menos 300 o 500 baterías.
Amaneció y vimos. En cuanto abrieron una puertecita por segunda vez, fui para allá y le pregunté al empleado sobre la situación
– No hay baterías – me respondió – Vamos a cumplir con los 13 que han venido a reclamar la garantía, pero no hay para más-
-¿Qué podemos hacer entonces? – Le pregunté – Denos una solución.
- Lo único que pueden hacer es seguir guardando su puesto en la cola, a ver si mañana llegan- nos dijo con todo desparpajo.
Para varios representarían 48 horas de cola ininterrumpida, para todos los demás, 24 y dele, y sin la garantía de que al día siguiente llegaran, en cuyo caso significaría o perder el esfuerzo hecho hasta ese entonces o seguir eternamente esperando, hasta que a los de la Duncan les diera la gana. No me podía quitar de la cabeza la idea de ¿Cómo nos veía Duncan a nosotros? ¿Qué tipo de ciudadanos o de pendejos tenía por delante
-No señor – respondí yo – Eso no es ninguna solución, salvo para ustedes. Nosotros hemos hecho una inversión en tiempo, comodidad y riesgo de seguridad y no vamos a perderla. Claro que existen varias alternativas, pero ustedes tienen que poner de su parte. Por ejemplo: ustedes nos anotan en el orden que estamos ahora, nos dan a cada uno un tique con ese número de orden, y ese mismo orden es válido para mañana o para cuando lleguen las baterías –
- Eso no lo podemos hacer – respondió sin más argumentos, se metió en la tienda y cerró la puerta –
Definitivamente Duncan nos veía como un grupo de pendejos. Pasado un tiempo, llegó otro empleado y se metió sin darnos tiempo a interpelarlo. Pero al ratico salió para organizar la venta a los de la cola paralela (¿Una paracola?) que reclamaban la garantía. Le abordé antes de que se metiera y me dijo lo mismo que el otro, pero con más prisa. Les molestaba mucho que los clientes pretendieran tener voz. Pero tenían que abrir la puerta de nuevo para dejar paso a los de la garantía, que los hacían pasar uno por uno.
Volví a guarecerme bajo el alero del centro comercial, que era donde estaban la mayoría de los desesperanzados clientes, para pulsar su opinión. Los había de todo tipo, desde los que con resignada tristeza aceptaban su destino y se disponían a prolongar 24 horas más la espera, en esa inclemente intemperie, hasta los que vociferaban y proponían quemar cauchos en la entrada de la tienda para que nadie pudiera ni entrar ni salir.
Les dije – Voy a llamar a INDEPABIS para ver que nos dicen – Se notó un cierto escepticismo, pero nadie argumentó en contra. Así que llamé al 0800 RECLAMA. Debo actualizarme, esto pasó hace ya algunos meses. Ahora INDEPABIS creo que se llama SUNDEE y el teléfono, ya no es el reclama, sino el 0800JUSTO, o algo por el estilo.
Y el 0800 RECLAMA ¡Me atendió el teléfono! Pero la alegría duro bien poco. Le explico que DUNCAN se niega a vendernos baterías aún a sabiendas de que si hay suficiente cantidad. Que la gente está muy arrecha por este abuso y que se está fraguando un movimiento de protesta que va a trancar la calle. La abúlica reacción fue aplastante.
 –Por favor, indíqueme su nombre y cédula de identidad – me contestó con voz de aburrimiento al otro extremo de la línea. Para mis adentros pensé – Coño, ya podía haber empezado por ahí y me evitaba esa perorata que tendré que repetir – Le di la información requerida e intenté seguir echando el cuento. Pero no era suficiente.
-¿En qué parroquia está ubicado? –
- ¿Qué parroquia es esta? – grito a voz en cuello, porque no lo sabía. Y el resto de los sufrientes tampoco.
- Simón Bolívar – dijo uno por allá, con cierta duda.
- Olegario Villalobos – Apuntó otro.
- Mire, no estamos seguros de la parroquia, espero que no sea un gran problema. Pero la dirección exacta es: Calle 78 con Avenida 9-B La sede de la DUNCAN en esa dirección. En Maracaibo todo el mundo la conoce –
Por fin pude explicarle la situación. A la gente le consta que hay baterías, la DUNCAN no quiere vender, los ánimos se están caldeando. Para evitar mayores males, sería bueno que se presentaran por aquí e inspeccionaran el depósito de DUNCAN. Prometió enviar unos inspectores (Promesas de cumbiambera, como se verá más tarde).
En la última discusión con el empleado, para que no me volviera a dar con la puerta en la nariz, puse la pierna en el marco de la puerta, de manera que si la quería cerrar, tendría que cortármela. El tipo se molestó muchísimo, pero al mismo tiempo se veía muy nervioso.
- Quite la pierna de ahí – decía con preocupada insistencia.
- O me la corta o vamos a tener que hablar – Ya estaba harto de evasivas, y había que demostrar firmeza.
- Mire – me dijo – Vamos a vender las 13 baterías del reclamo de garantía, y después, si quedan 3, o 5, o 7, o las que queden, las vamos a vender
(-Ya está haciendo concesiones – Dije para mis adentros, hay que seguir presionando) Pero los que estaban por la garantía y tenían su batería asegurada empezaron a hacer presión pues ellos tenían su problema resuelto, y el nuestro no les importaba. Dejé que abrieran el portón para que pasaran los carros que estaban por garantía, y una vez pasados, lo volvieron a cerrar.
Entre parlamento y parlamento con los despóticos empleados, hablaba con los otros afectados y, parece mentira, pero no había comentarios sobre lo que nos estaba pasando, o mejor dicho, si se comentaba, lo curioso es que a nadie le molestaba el maltrato del empleado y le achacaban la culpa de todo al gobierno.
El empleado nos mandaba para la mierda sin esperanza, y la culpa la tiene Maduro.
Ante el argumento de que la DUNCAN es una empresa privada, no lo asumían; de una u otra forma, que ellos ni se imaginaban, ni les preocupaba imaginarse. La Duncan depende del gobierno, no se sabe de que forma.
Al pedirle que se explique un poco mejor salen con.
- El problema es que el gobierno obliga a Duncan a vender a precio regulado. Las no reguladas las venderían sin problemas – Esto da pie a otra reflexión. Pregunto yo.
- ¿Pierde Duncan con el precio regulado?
– No – Y vuelvo yo - ¿Y a usted le parece bien que para poner a la venta las baterías debe pedir el precio que le dé la gana y obtener abultadísimas ganancias especulativas y el gobierno no debe intervenir para proteger al pueblo consumidor?  Y además en las otras tiendas de baterías, las venden a precio no regulado, sino al que les da la gana. 5.000, 6000 BsF ¿por qué no las compran ahí y se evitan la enojosa cola? Al fin y al cabo Uds están de acuerdo con el precio sin regulación –
No hay respuesta, se cambia al tema de los pañales, de los alimentos, de las medicinas y un largo etcétera. Pero como sea el gobierno siempre es culpable y antes (en la añorada cuarta república) uno llegaba y compraba lo que quería y había de todo y no había que hacer cola.
Hace recordar la prédica de los neoliberales de FEDECAMARAS, que también vociferan que es la regulación la causa de todos los males. Uno trata de imaginar la escena en el caso de la eliminación de las regulaciones.
- ¡Quitaron las regulaciones- Exclama el comerciante alborozado - ¡Qué bien, ahora podré bajar los precios!
Con tristeza uno recapacita que nadie se imagina esta escena, ni lo intenta. Para la gran mayoría, la culpa la tiene el gobierno porque regula y se entromete. Y ese si es un verdadero dogma, pero hágale usted a cualquiera caer en la cuenta de este dogma y verá como le gritan con vehemencia – ¡Yo no soy dogmático!-
En estas consideraciones avanzaba la mañana y no se veía ni solución por parte de la empresa ni aparecía el inefable INDEPABIS. Aparecieron sin saberse como unos cauchos de desecho y una garrafa de gasolina. Bueno, ya tenían un rato ahí. Y 2 o 3 hombres jóvenes, con ínfulas de revolucionarios, empezaron a gritar
- Tanto hablar de que se va a trancar la calle y no se hace nada – Eso, y no sé por qué, lo decían picándome a mí que era quien tenía la voz cantante. Recogí el guante pues me pareció reconocer una estrategia desmovilizadora.
- Yo pongo mi carro para trancar la calle, pero mi carro no prende, así que vamos, me ayudan a empujarlo, lo atravieso en la calle, y cortado el tráfico ponemos los cauchos y les metemos candela- reposté de inmediato.
Ante tanta determinación, como que les entró incertidumbre y el autonombrado vocero terció.
- Mire viejito, si usted atraviesa su carro y viene la policía a llevárselo, tenga por seguro que ninguno de los que estamos aquí vamos a hacer nada para ayudarlo –
Esa, tan demoledora como realista sentencia, dio al traste con la incipiente “revolución de las baterías”. No es la solidaridad una de las prendas de ese sector social de la clase media media ni media baja.
Volví al portón, a ver que se cocinaba, ya estaba algo cansado de pelear y discutir solo, al resto del rebaño lo que provocaba era mandarlos a la mierda. Estaba inmerso en estas tristes cavilaciones, cuando hete aquí que llegan dos policías en un carro. De inmediato pensé lo peor y decidí huir hacia adelante.
- ¡Por fin llegó la policía! – Exclamé con conveniente alborozo, y me aproximé a ellos. Pero tanto mis temores como mis esperanzas se disiparon al instante. No venían ni para bien, ni para mal. Solo venían a comprar una batería. Y excusado es decir que para ellos si había. Uno entró y el otro se quedó afuera. A este lo abordé y con medido énfasis le expliqué la situación. Que si había baterías pero que no querían vender y que la única opción que nos daban los de la empresa era seguir haciendo cola cuidando el puesto, quien sabe por cuanto tiempo. Asintió dándome la razón, pero no manifestó resolver nada. Salió el que había entrado y hablaron entre ellos. Luego entró el que había hablado con migo y al rato salió cargando una batería para un señor cuyo carro había estacionado fuera de la cola, en el centro comercial.
Después se metieron los dos policías y cuando salieron me dijeron que se iban a vender 30 baterías. El resto fue cuestión de tiempo.
Reflexiones al respecto:
No abandonaba mi memoria una noticia o comentario, que hace ya un tiempo vi en la TV estatal: Se había constatado que desde el año 2009, la DUNCAN había venido bajando la producción y subiendo el precio de las baterías, correcta aplicación maniquea de la famosa ley de la oferta y la demanda. No satisfecha con esto, importaba baterías desde Méjico. Las mismas, en su cara lateral, traen la información referente a la mercancía que se vende, entre otras cosas, el amperaje de la batería. Pues bien, baterías que en su etiqueta original señalaban 450 Amperios/hora, esta etiqueta era cubierta con otra, tipo calcomanía o pegatina, en donde aparecía la cantidad de 700 Amperios/hora, y las de 700, las ponían como de 1.000. Esto creo yo que constituye una estafa al público. Pero no hay ningún detenido y la DUNCAN sigue teniendo la prerrogativa de burlarse del pueblo venezolano y humillarlos a la hora de comprar, sin que por parte del Estado se ejerza ninguna acción tendiente a la protección del mismo pueblo.
Señores comunicadores de las televisoras estatales, por favor, absténganse de dar ese tipo de noticias o hacer esos comentarios, hasta que no salga la imagen de los dueños de la DUNCAN esposados entrando a un tribunal y salir de la misma manera rumbo a una prisión una vez sentenciados.
Es igual que las noticias o comentarios en los que se informa que llegaron a los puertos venezolanos contenedores llenos de basura, chatarra o piedras. Y montan ese llantén de “Como nos estafan los importadores con dólares preferenciales. Señores comunicadores, un contenedor no va caminando a la taquilla de una naviera y compra, él mismo, un boleto para Venezuela. No, esas gestiones tiene que hacerlas alguna persona, bien sea en nombre propio o de una organización. Y vienen indicados el nombre y dirección del destinatario. Por ahí se podía comenzar la investigación, en el caso de que se quiera hacer. Y si no se quiere hacer, por favor, no nos lo digan, pues da una sensación de impotencia o complicidad por parte del Estado, y a nosotros nos deja una sensación de desesperanza y orfandad.
En esta guerra económica la primera batalla que se perdió fue esa, la de las empresas de maletín. Y fue dejando un reguero de víctimas. Todo aquel que las mencionase, caía fulminado. Edmee Betancourt, Giordani, Navarro, fueron de las más conspicuas. Aunque como de costumbre en toda guerra, la primera víctima es la verdad.                                       
Los valores fundamentales de le revolución, como la solidaridad, se ven poco o nada, especialmente en este segmento de la población. Pero entre las clases de menor poder adquisitivo, la solidaridad es aún menor: he ahí al bachaqueo y su conchupancia con la buhonería. Que tienen a la población al borde de la locura o la histeria colectiva. Sin embargo el gobierno parece que mirase para otro lado. Con quejarse y denunciar que hay una guerra económica parece que le basta. Guerra en la cual uno de los contendores no se ve, pero se siente. No se ha denunciado ni a personas ni a grupos específicos y la guerra es algo impersonal como cuando llueve o hace calor.
Esporádica y espasmódicamente se detiene algún camión o depósito con mercancía acaparada; detención profusamente televisada ¡Por supuesto!  Pero los culpables siempre son el camionero o los vigilantes del depósito. Nunca se conoce al dueño de la mercancía ¿Por qué será? No quiero pensar que es por ser amiguetes de algún peso pesado.
Concentrémonos en el aspecto de la escasez de las baterías ¿A qué se debe? No es lógico pensar que de repente todos los carros consumen muchas más baterías, digamos una mensual, en vez de una al año, como es el promedio. Entonces debemos pensar en dos cosas: o bachaqueo o manipulación de precios disminuyendo drásticamente la producción. En cualquiera de las dos situaciones uno piensa que el Estado debería intervenir.
Aclaremos: El sistema actual se autodefine como socialista, pero socialista con adjetivo, en este caso de tiempo. Socialismo del siglo XXI, para diferenciarlo de los problemáticos socialismos del siglo XX.
Pero esta adjetivación temporaria no aclara en que consiste ni cual es su funcionamiento como socialismo. No lo diré yo, que tampoco lo sé con certeza, pero nada me impide que trate de imaginármelo. Además si se han dado una especie como de pinceladas dispersas que más o menos sirven para alimentar la imaginación. Parece que es un socialismo de coexistencia con las empresas capitalistas. Pero esa coexistencia no ha sido aún bien definida. Y mientras que por un lado se han practicado algunas expropiaciones, dando pie a interpretaciones alarmistas – El Gulag está a la vuelta de la esquina- Por otra parte no han hecho otra cosa que demostrar su más que dudosa efectividad. En la otra vertiente se observa la más asombrosa permisividad.
Si la prédica del neoliberalismo preconiza la práctica desaparición del Estado, al menos en el ámbito económico, quedando su actividad reducida a entrarle a palos a los pobres cuando protesten por las condiciones tan duras de vida. Quedando todo lo demás privado, privatizado y sin ninguna regulación en absoluto.
Pues en este u otro socialismo, lo menos que se pudiera esperar es que ejerciera algún tipo de control y regulación en lo económico. Y a la DUNCAN y demás vendedores de baterías ya podían haberle investigado su actividad. Por no hablar del bachaqueo y el contrabando de extracción. ¿Puede alguien creer en la existencia de un contrabando tan masivo sin la complicidad de los encargados de vigilar las fronteras? Pero esos son funcionarios del Estado y tal vez algo se pudiera hacer. Esto nos sumerge en profundas, oscuras y pesimistas cavilaciones. Uno no quisiera pensar mal, pero ya no se sabe que pensar.
Se pudiera escribir hasta el cansancio. Pero más se cansarían ustedes de leer. Así que lo dejaremos para otro momento.

Asi creo: