EL PEO DE LAS BATERÍAS
Julio Arconada Rodríguez
Necesito una batería. Por los relatos de
conocidos que ya pasaron por eso, sé que hay que armarse de valor y hacer
acopio de paciencia para acometer esa empresa. Así que acompañado por mi hijo,
a las 4:30 de la madrugada llegamos a hacer la cola. Me alegré al ver que no
había sino 5 carros en la cola y le dije a mi hijo que se estacionara detrás
del último. Quedó muy mal estacionado, en diagonal en toda la esquina, ni en
una calle ni en la otra. Le dije que se quedara así mientras y hablaba con los
que habían llegado antes. Me sorprendió que ningún carro tenía chofer, salvo el
primero de la cola, pegado al portón de la venta. Un viejito, con aspecto de
gran mansedumbre me dijo que estaba en ese sitio desde el domingo a las 6 de la
mañana. A la sazón era la madrugada del lunes. No comprendí por que hacía ese
gran sacrificio si había tan poquitos carros
–
Ustedes van a tener problemas – me dijo – La cola es allá – y me señaló la
calle transversal.
¡La acera derecha estaba totalmente llena y la
de la izquierda le faltaba poco para llenarse! Me dirigí hacia allá y me llamó
una señora, que sin duda había captado mi perplejidad
– Nosotros somos el último carro – Desde ese
mismo sitio le grité a mi hijo – Trae el carro para acá.
Una vez instalados, me dedique a hacer un
análisis de la situación. Empecé por contar los carros para ver en que puesto
estábamos. El 33, había oído que vendían 40 baterías, así que casi al final de
la cola pero dentro del rango, y eso me tranquilizó algo. Seguí observando y
volví a notar que muy pocos carros tenían chofer. La mayoría estaban cerrados,
aunque si había pequeños grupos de personas, no muy proclives a entablar
conversación, pero aun así eran menos personas que carros. Le comenté eso a uno
de los grupos, de no más de 4 personas, y una de ellas me dijo que había gente
que cuidaban los puestos, a 1.000 Bs/puesto. Al rato entabló conversación
conmigo un señor, que lo veía yo muy comunicativo, andaba entre todos los
grupos. Enseguida me di cuenta de que era uno de los de la organización “vende
puestos” el más visible y activo de todos ellos.
Observé que había un carro que no había visto
antes y protesté y di la alarma en voz alta. En seguida, desde el
estacionamiento de un centro comercial adyacente me contestó alguien diciendo
que en ese puesto estaba antes él, y que se había salido para que entrara el
nuevo. Comprendí que era el negocio de los vende puestos, pero no me afectaba
entraba uno, pero salía otro.
Volví a recontarlos carros – 33 – dije –
Seguimos iguales – 35 – Me replicó el vende puestos locuaz – Tengo dos puestos
por aquí apartados
Evalué
la situación y llegué a la conclusión de que no valía la pena oponerse ni
argumentar, pues no era uno solo sino toda una organización. Pero seguí mosca
para evitar que siguiera la cosita de la introducidera de puestos no
visibilizados. Observé, y así se lo hice notar a mi hijo, que yo era el único
que estaba pendiente y vigilante de los puestos, el número de carros y su
orden. También me di cuenta de que esta vigilancia tenía nerviosos a la
organización vende puestos. Aún no amanecía y comenzó a llover. Nos guarecimos
bajo el alero del centro comercial. En esto se me acerca nuestro ya conocido
gestor de puestos y me dice
– Viejito, le voy a decir una cosa, pero
quiero que no se altere
– Yo nunca me altero – le respondí
– Ah bueno, mire, van a vender solo 30
baterías, yo tengo un puesto que no me vino, no le voy a cobrar los 1000 Bs que
vale, pero usted me da para un buen desayuno y va a quedar en el puesto 26
– Vamos
a echarle bolas – Asentí al instante – Pero hay que empujar el carro, porque no
prende
–No hay problema, lo empujamos.
Con la primera y tímida luz del día, llegó un
empleado de la casa vendedora. Un centro distribuidor de baterías Duncan. No sé
que diría este, ni a quién, pero a los minutos de su llegada, los vendedores de
puestos comenzaron a vociferar que ¡No hay derecho, no van a vender baterías!
Después de esa mojada amanecida, a nadie le gustó esa perspectiva y empezaron los
comentarios nerviosos
– Vamos a calmarnos y a esperar que abran la
tienda para que nos informe el gerente – Recomendé yo.
Empezaron los comentarios de personas vende
puestos, que saben lo que pasa porque prácticamente viven allí – El jueves
llegó un camión con baterías, pero no vendieron porque y que había que meterlas
en el sistema. El viernes vendieron 40 baterías. Sábado y domingo no trabajan y
¡cómo van a decir el lunes que no hay baterías! Si un camión carga por lo menos
300 o 500 baterías.
Amaneció y vimos. En cuanto abrieron una
puertecita por segunda vez, fui para allá y le pregunté al empleado sobre la
situación
– No hay baterías – me respondió – Vamos a
cumplir con los 13 que han venido a reclamar la garantía, pero no hay para más-
-¿Qué podemos hacer entonces? – Le pregunté –
Denos una solución.
- Lo único que pueden hacer es seguir
guardando su puesto en la cola, a ver si mañana llegan- nos dijo con todo
desparpajo.
Para varios representarían 48 horas de cola
ininterrumpida, para todos los demás, 24 y dele, y sin la garantía de que al
día siguiente llegaran, en cuyo caso significaría o perder el esfuerzo hecho
hasta ese entonces o seguir eternamente esperando, hasta que a los de la Duncan
les diera la gana. No me podía quitar de la cabeza la idea de ¿Cómo nos veía
Duncan a nosotros? ¿Qué tipo de ciudadanos o de pendejos tenía por delante
-No señor – respondí yo – Eso no es ninguna
solución, salvo para ustedes. Nosotros hemos hecho una inversión en tiempo,
comodidad y riesgo de seguridad y no vamos a perderla. Claro que existen varias
alternativas, pero ustedes tienen que poner de su parte. Por ejemplo: ustedes
nos anotan en el orden que estamos ahora, nos dan a cada uno un tique con ese
número de orden, y ese mismo orden es válido para mañana o para cuando lleguen
las baterías –
- Eso no lo podemos hacer – respondió sin más
argumentos, se metió en la tienda y cerró la puerta –
Definitivamente Duncan nos veía como un grupo
de pendejos. Pasado un tiempo, llegó otro empleado y se metió sin darnos tiempo
a interpelarlo. Pero al ratico salió para organizar la venta a los de la cola
paralela (¿Una paracola?) que reclamaban la garantía. Le abordé antes de que se
metiera y me dijo lo mismo que el otro, pero con más prisa. Les molestaba mucho
que los clientes pretendieran tener voz. Pero tenían que abrir la puerta de
nuevo para dejar paso a los de la garantía, que los hacían pasar uno por uno.
Volví a guarecerme bajo el alero del centro
comercial, que era donde estaban la mayoría de los desesperanzados clientes,
para pulsar su opinión. Los había de todo tipo, desde los que con resignada
tristeza aceptaban su destino y se disponían a prolongar 24 horas más la
espera, en esa inclemente intemperie, hasta los que vociferaban y proponían
quemar cauchos en la entrada de la tienda para que nadie pudiera ni entrar ni
salir.
Les dije – Voy a llamar a INDEPABIS para ver
que nos dicen – Se notó un cierto escepticismo, pero nadie argumentó en contra.
Así que llamé al 0800 RECLAMA. Debo actualizarme, esto pasó hace ya algunos
meses. Ahora INDEPABIS creo que se llama SUNDEE y el teléfono, ya no es el
reclama, sino el 0800JUSTO, o algo por el estilo.
Y el 0800 RECLAMA ¡Me atendió el teléfono!
Pero la alegría duro bien poco. Le explico que DUNCAN se niega a vendernos
baterías aún a sabiendas de que si hay suficiente cantidad. Que la gente está
muy arrecha por este abuso y que se está fraguando un movimiento de protesta
que va a trancar la calle. La abúlica reacción fue aplastante.
–Por
favor, indíqueme su nombre y cédula de identidad – me contestó con voz de
aburrimiento al otro extremo de la línea. Para mis adentros pensé – Coño, ya
podía haber empezado por ahí y me evitaba esa perorata que tendré que repetir –
Le di la información requerida e intenté seguir echando el cuento. Pero no era
suficiente.
-¿En qué parroquia está ubicado? –
- ¿Qué parroquia es esta? – grito a voz en
cuello, porque no lo sabía. Y el resto de los sufrientes tampoco.
- Simón Bolívar – dijo uno por allá, con
cierta duda.
- Olegario Villalobos – Apuntó otro.
- Mire, no estamos seguros de la parroquia,
espero que no sea un gran problema. Pero la dirección exacta es: Calle 78 con
Avenida 9-B La sede de la DUNCAN en esa dirección. En Maracaibo todo el mundo
la conoce –
Por fin pude explicarle la situación. A la
gente le consta que hay baterías, la DUNCAN no quiere vender, los ánimos se
están caldeando. Para evitar mayores males, sería bueno que se presentaran por
aquí e inspeccionaran el depósito de DUNCAN. Prometió enviar unos inspectores
(Promesas de cumbiambera, como se verá más tarde).
En la última discusión con el empleado, para
que no me volviera a dar con la puerta en la nariz, puse la pierna en el marco
de la puerta, de manera que si la quería cerrar, tendría que cortármela. El
tipo se molestó muchísimo, pero al mismo tiempo se veía muy nervioso.
- Quite la pierna de ahí – decía con
preocupada insistencia.
- O me la corta o vamos a tener que hablar –
Ya estaba harto de evasivas, y había que demostrar firmeza.
- Mire – me dijo – Vamos a vender las 13 baterías
del reclamo de garantía, y después, si quedan 3, o 5, o 7, o las que queden,
las vamos a vender
(-Ya está haciendo concesiones – Dije para mis
adentros, hay que seguir presionando) Pero los que estaban por la garantía y
tenían su batería asegurada empezaron a hacer presión pues ellos tenían su
problema resuelto, y el nuestro no les importaba. Dejé que abrieran el portón
para que pasaran los carros que estaban por garantía, y una vez pasados, lo
volvieron a cerrar.
Entre parlamento y parlamento con los
despóticos empleados, hablaba con los otros afectados y, parece mentira, pero
no había comentarios sobre lo que nos estaba pasando, o mejor dicho, si se
comentaba, lo curioso es que a nadie le molestaba el maltrato del empleado y le
achacaban la culpa de todo al gobierno.
El empleado nos mandaba para la mierda sin
esperanza, y la culpa la tiene Maduro.
Ante el argumento de que la DUNCAN es una
empresa privada, no lo asumían; de una u otra forma, que ellos ni se
imaginaban, ni les preocupaba imaginarse. La Duncan depende del gobierno, no se
sabe de que forma.
Al pedirle que se explique un poco mejor salen
con.
- El problema es que el gobierno obliga a
Duncan a vender a precio regulado. Las no reguladas las venderían sin problemas
– Esto da pie a otra reflexión. Pregunto yo.
- ¿Pierde Duncan con el precio regulado?
– No – Y vuelvo yo - ¿Y a usted le parece bien
que para poner a la venta las baterías debe pedir el precio que le dé la gana y
obtener abultadísimas ganancias especulativas y el gobierno no debe intervenir
para proteger al pueblo consumidor? Y
además en las otras tiendas de baterías, las venden a precio no regulado, sino
al que les da la gana. 5.000, 6000 BsF ¿por qué no las compran ahí y se evitan
la enojosa cola? Al fin y al cabo Uds están de acuerdo con el precio sin
regulación –
No hay respuesta, se cambia al tema de los
pañales, de los alimentos, de las medicinas y un largo etcétera. Pero como sea el
gobierno siempre es culpable y antes (en la añorada cuarta república) uno
llegaba y compraba lo que quería y había de todo y no había que hacer cola.
Hace recordar la prédica de los neoliberales
de FEDECAMARAS, que también vociferan que es la regulación la causa de todos
los males. Uno trata de imaginar la escena en el caso de la eliminación de las
regulaciones.
- ¡Quitaron las regulaciones- Exclama el
comerciante alborozado - ¡Qué bien, ahora podré bajar los precios!
Con tristeza uno recapacita que nadie se
imagina esta escena, ni lo intenta. Para la gran mayoría, la culpa la tiene el
gobierno porque regula y se entromete. Y ese si es un verdadero dogma, pero
hágale usted a cualquiera caer en la cuenta de este dogma y verá como le gritan
con vehemencia – ¡Yo no soy dogmático!-
En estas consideraciones avanzaba la mañana y
no se veía ni solución por parte de la empresa ni aparecía el inefable
INDEPABIS. Aparecieron sin saberse como unos cauchos de desecho y una garrafa
de gasolina. Bueno, ya tenían un rato ahí. Y 2 o 3 hombres jóvenes, con ínfulas
de revolucionarios, empezaron a gritar
- Tanto hablar de que se va a trancar la calle
y no se hace nada – Eso, y no sé por qué, lo decían picándome a mí que era
quien tenía la voz cantante. Recogí el guante pues me pareció reconocer una
estrategia desmovilizadora.
- Yo pongo mi carro para trancar la calle, pero
mi carro no prende, así que vamos, me ayudan a empujarlo, lo atravieso en la
calle, y cortado el tráfico ponemos los cauchos y les metemos candela- reposté
de inmediato.
Ante tanta determinación, como que les entró
incertidumbre y el autonombrado vocero terció.
- Mire viejito, si usted atraviesa su carro y
viene la policía a llevárselo, tenga por seguro que ninguno de los que estamos
aquí vamos a hacer nada para ayudarlo –
Esa, tan demoledora como realista sentencia,
dio al traste con la incipiente “revolución de las baterías”. No es la
solidaridad una de las prendas de ese sector social de la clase media media ni
media baja.
Volví al portón, a ver que se cocinaba, ya
estaba algo cansado de pelear y discutir solo, al resto del rebaño lo que
provocaba era mandarlos a la mierda. Estaba inmerso en estas tristes
cavilaciones, cuando hete aquí que llegan dos policías en un carro. De
inmediato pensé lo peor y decidí huir hacia adelante.
- ¡Por fin llegó la policía! – Exclamé con
conveniente alborozo, y me aproximé a ellos. Pero tanto mis temores como mis
esperanzas se disiparon al instante. No venían ni para bien, ni para mal. Solo
venían a comprar una batería. Y excusado es decir que para ellos si había. Uno
entró y el otro se quedó afuera. A este lo abordé y con medido énfasis le
expliqué la situación. Que si había baterías pero que no querían vender y que
la única opción que nos daban los de la empresa era seguir haciendo cola
cuidando el puesto, quien sabe por cuanto tiempo. Asintió dándome la razón, pero
no manifestó resolver nada. Salió el que había entrado y hablaron entre ellos.
Luego entró el que había hablado con migo y al rato salió cargando una batería
para un señor cuyo carro había estacionado fuera de la cola, en el centro
comercial.
Después se metieron los dos policías y cuando
salieron me dijeron que se iban a vender 30 baterías. El resto fue cuestión de
tiempo.
Reflexiones al respecto:
No abandonaba mi memoria una noticia o
comentario, que hace ya un tiempo vi en la TV estatal: Se había constatado que
desde el año 2009, la DUNCAN había venido bajando la producción y subiendo el
precio de las baterías, correcta aplicación maniquea de la famosa ley de la
oferta y la demanda. No satisfecha con esto, importaba baterías desde Méjico.
Las mismas, en su cara lateral, traen la información referente a la mercancía
que se vende, entre otras cosas, el amperaje de la batería. Pues bien, baterías
que en su etiqueta original señalaban 450 Amperios/hora, esta etiqueta era
cubierta con otra, tipo calcomanía o pegatina, en donde aparecía la cantidad de
700 Amperios/hora, y las de 700, las ponían como de 1.000. Esto creo yo que
constituye una estafa al público. Pero no hay ningún detenido y la DUNCAN sigue
teniendo la prerrogativa de burlarse del pueblo venezolano y humillarlos a la
hora de comprar, sin que por parte del Estado se ejerza ninguna acción
tendiente a la protección del mismo pueblo.
Señores comunicadores de las televisoras
estatales, por favor, absténganse de dar ese tipo de noticias o hacer esos
comentarios, hasta que no salga la imagen de los dueños de la DUNCAN esposados
entrando a un tribunal y salir de la misma manera rumbo a una prisión una vez
sentenciados.
Es igual que las noticias o comentarios en los
que se informa que llegaron a los puertos venezolanos contenedores llenos de
basura, chatarra o piedras. Y montan ese llantén de “Como nos estafan los
importadores con dólares preferenciales. Señores comunicadores, un contenedor
no va caminando a la taquilla de una naviera y compra, él mismo, un boleto para
Venezuela. No, esas gestiones tiene que hacerlas alguna persona, bien sea en
nombre propio o de una organización. Y vienen indicados el nombre y dirección
del destinatario. Por ahí se podía comenzar la investigación, en el caso de que
se quiera hacer. Y si no se quiere hacer, por favor, no nos lo digan, pues da
una sensación de impotencia o complicidad por parte del Estado, y a nosotros
nos deja una sensación de desesperanza y orfandad.
En esta guerra económica la primera batalla
que se perdió fue esa, la de las empresas de maletín. Y fue dejando un reguero
de víctimas. Todo aquel que las mencionase, caía fulminado. Edmee Betancourt,
Giordani, Navarro, fueron de las más conspicuas. Aunque como de costumbre en
toda guerra, la primera víctima es la verdad.
Los valores fundamentales de le revolución,
como la solidaridad, se ven poco o nada, especialmente en este segmento de la
población. Pero entre las clases de menor poder adquisitivo, la solidaridad es
aún menor: he ahí al bachaqueo y su conchupancia con la buhonería. Que tienen a
la población al borde de la locura o la histeria colectiva. Sin embargo el
gobierno parece que mirase para otro lado. Con quejarse y denunciar que hay una
guerra económica parece que le basta. Guerra en la cual uno de los contendores
no se ve, pero se siente. No se ha denunciado ni a personas ni a grupos
específicos y la guerra es algo impersonal como cuando llueve o hace calor.
Esporádica y espasmódicamente se detiene algún
camión o depósito con mercancía acaparada; detención profusamente televisada
¡Por supuesto! Pero los culpables
siempre son el camionero o los vigilantes del depósito. Nunca se conoce al
dueño de la mercancía ¿Por qué será? No quiero pensar que es por ser amiguetes
de algún peso pesado.
Concentrémonos en el aspecto de la escasez de
las baterías ¿A qué se debe? No es lógico pensar que de repente todos los
carros consumen muchas más baterías, digamos una mensual, en vez de una al año,
como es el promedio. Entonces debemos pensar en dos cosas: o bachaqueo o
manipulación de precios disminuyendo drásticamente la producción. En cualquiera
de las dos situaciones uno piensa que el Estado debería intervenir.
Aclaremos: El sistema actual se autodefine
como socialista, pero socialista con adjetivo, en este caso de tiempo.
Socialismo del siglo XXI, para diferenciarlo de los problemáticos socialismos
del siglo XX.
Pero esta adjetivación temporaria no aclara en
que consiste ni cual es su funcionamiento como socialismo. No lo diré yo, que
tampoco lo sé con certeza, pero nada me impide que trate de imaginármelo.
Además si se han dado una especie como de pinceladas dispersas que más o menos
sirven para alimentar la imaginación. Parece que es un socialismo de
coexistencia con las empresas capitalistas. Pero esa coexistencia no ha sido
aún bien definida. Y mientras que por un lado se han practicado algunas
expropiaciones, dando pie a interpretaciones alarmistas – El Gulag está a la
vuelta de la esquina- Por otra parte no han hecho otra cosa que demostrar su
más que dudosa efectividad. En la otra vertiente se observa la más asombrosa
permisividad.
Si la prédica del neoliberalismo preconiza la
práctica desaparición del Estado, al menos en el ámbito económico, quedando su
actividad reducida a entrarle a palos a los pobres cuando protesten por las
condiciones tan duras de vida. Quedando todo lo demás privado, privatizado y
sin ninguna regulación en absoluto.
Pues en este u otro socialismo, lo menos que
se pudiera esperar es que ejerciera algún tipo de control y regulación en lo
económico. Y a la DUNCAN y demás vendedores de baterías ya podían haberle
investigado su actividad. Por no hablar del bachaqueo y el contrabando de
extracción. ¿Puede alguien creer en la existencia de un contrabando tan masivo
sin la complicidad de los encargados de vigilar las fronteras? Pero esos son
funcionarios del Estado y tal vez algo se pudiera hacer. Esto nos sumerge en
profundas, oscuras y pesimistas cavilaciones. Uno no quisiera pensar mal, pero
ya no se sabe que pensar.
Se pudiera escribir hasta el cansancio. Pero
más se cansarían ustedes de leer. Así que lo dejaremos para otro momento.
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