sábado, 8 de agosto de 2015



EL PEO DE LAS BATERÍAS
Julio Arconada Rodríguez
Necesito una batería. Por los relatos de conocidos que ya pasaron por eso, sé que hay que armarse de valor y hacer acopio de paciencia para acometer esa empresa. Así que acompañado por mi hijo, a las 4:30 de la madrugada llegamos a hacer la cola. Me alegré al ver que no había sino 5 carros en la cola y le dije a mi hijo que se estacionara detrás del último. Quedó muy mal estacionado, en diagonal en toda la esquina, ni en una calle ni en la otra. Le dije que se quedara así mientras y hablaba con los que habían llegado antes. Me sorprendió que ningún carro tenía chofer, salvo el primero de la cola, pegado al portón de la venta. Un viejito, con aspecto de gran mansedumbre me dijo que estaba en ese sitio desde el domingo a las 6 de la mañana. A la sazón era la madrugada del lunes. No comprendí por que hacía ese gran sacrificio si había tan poquitos carros
 – Ustedes van a tener problemas – me dijo – La cola es allá – y me señaló la calle transversal.
¡La acera derecha estaba totalmente llena y la de la izquierda le faltaba poco para llenarse! Me dirigí hacia allá y me llamó una señora, que sin duda había captado mi perplejidad
– Nosotros somos el último carro – Desde ese mismo sitio le grité a mi hijo – Trae el carro para acá.
Una vez instalados, me dedique a hacer un análisis de la situación. Empecé por contar los carros para ver en que puesto estábamos. El 33, había oído que vendían 40 baterías, así que casi al final de la cola pero dentro del rango, y eso me tranquilizó algo. Seguí observando y volví a notar que muy pocos carros tenían chofer. La mayoría estaban cerrados, aunque si había pequeños grupos de personas, no muy proclives a entablar conversación, pero aun así eran menos personas que carros. Le comenté eso a uno de los grupos, de no más de 4 personas, y una de ellas me dijo que había gente que cuidaban los puestos, a 1.000 Bs/puesto. Al rato entabló conversación conmigo un señor, que lo veía yo muy comunicativo, andaba entre todos los grupos. Enseguida me di cuenta de que era uno de los de la organización “vende puestos” el más visible y activo de todos ellos.
Observé que había un carro que no había visto antes y protesté y di la alarma en voz alta. En seguida, desde el estacionamiento de un centro comercial adyacente me contestó alguien diciendo que en ese puesto estaba antes él, y que se había salido para que entrara el nuevo. Comprendí que era el negocio de los vende puestos, pero no me afectaba entraba uno, pero salía otro.
Volví a recontarlos carros – 33 – dije – Seguimos iguales – 35 – Me replicó el vende puestos locuaz – Tengo dos puestos por aquí apartados
 Evalué la situación y llegué a la conclusión de que no valía la pena oponerse ni argumentar, pues no era uno solo sino toda una organización. Pero seguí mosca para evitar que siguiera la cosita de la introducidera de puestos no visibilizados. Observé, y así se lo hice notar a mi hijo, que yo era el único que estaba pendiente y vigilante de los puestos, el número de carros y su orden. También me di cuenta de que esta vigilancia tenía nerviosos a la organización vende puestos. Aún no amanecía y comenzó a llover. Nos guarecimos bajo el alero del centro comercial. En esto se me acerca nuestro ya conocido gestor de puestos y me dice
– Viejito, le voy a decir una cosa, pero quiero que no se altere
– Yo nunca me altero – le respondí
– Ah bueno, mire, van a vender solo 30 baterías, yo tengo un puesto que no me vino, no le voy a cobrar los 1000 Bs que vale, pero usted me da para un buen desayuno y va a quedar en el puesto 26
 – Vamos a echarle bolas – Asentí al instante – Pero hay que empujar el carro, porque no prende
–No hay problema, lo empujamos.
Con la primera y tímida luz del día, llegó un empleado de la casa vendedora. Un centro distribuidor de baterías Duncan. No sé que diría este, ni a quién, pero a los minutos de su llegada, los vendedores de puestos comenzaron a vociferar que ¡No hay derecho, no van a vender baterías! Después de esa mojada amanecida, a nadie le gustó esa perspectiva y empezaron los comentarios nerviosos
– Vamos a calmarnos y a esperar que abran la tienda para que nos informe el gerente – Recomendé yo.
Empezaron los comentarios de personas vende puestos, que saben lo que pasa porque prácticamente viven allí – El jueves llegó un camión con baterías, pero no vendieron porque y que había que meterlas en el sistema. El viernes vendieron 40 baterías. Sábado y domingo no trabajan y ¡cómo van a decir el lunes que no hay baterías! Si un camión carga por lo menos 300 o 500 baterías.
Amaneció y vimos. En cuanto abrieron una puertecita por segunda vez, fui para allá y le pregunté al empleado sobre la situación
– No hay baterías – me respondió – Vamos a cumplir con los 13 que han venido a reclamar la garantía, pero no hay para más-
-¿Qué podemos hacer entonces? – Le pregunté – Denos una solución.
- Lo único que pueden hacer es seguir guardando su puesto en la cola, a ver si mañana llegan- nos dijo con todo desparpajo.
Para varios representarían 48 horas de cola ininterrumpida, para todos los demás, 24 y dele, y sin la garantía de que al día siguiente llegaran, en cuyo caso significaría o perder el esfuerzo hecho hasta ese entonces o seguir eternamente esperando, hasta que a los de la Duncan les diera la gana. No me podía quitar de la cabeza la idea de ¿Cómo nos veía Duncan a nosotros? ¿Qué tipo de ciudadanos o de pendejos tenía por delante
-No señor – respondí yo – Eso no es ninguna solución, salvo para ustedes. Nosotros hemos hecho una inversión en tiempo, comodidad y riesgo de seguridad y no vamos a perderla. Claro que existen varias alternativas, pero ustedes tienen que poner de su parte. Por ejemplo: ustedes nos anotan en el orden que estamos ahora, nos dan a cada uno un tique con ese número de orden, y ese mismo orden es válido para mañana o para cuando lleguen las baterías –
- Eso no lo podemos hacer – respondió sin más argumentos, se metió en la tienda y cerró la puerta –
Definitivamente Duncan nos veía como un grupo de pendejos. Pasado un tiempo, llegó otro empleado y se metió sin darnos tiempo a interpelarlo. Pero al ratico salió para organizar la venta a los de la cola paralela (¿Una paracola?) que reclamaban la garantía. Le abordé antes de que se metiera y me dijo lo mismo que el otro, pero con más prisa. Les molestaba mucho que los clientes pretendieran tener voz. Pero tenían que abrir la puerta de nuevo para dejar paso a los de la garantía, que los hacían pasar uno por uno.
Volví a guarecerme bajo el alero del centro comercial, que era donde estaban la mayoría de los desesperanzados clientes, para pulsar su opinión. Los había de todo tipo, desde los que con resignada tristeza aceptaban su destino y se disponían a prolongar 24 horas más la espera, en esa inclemente intemperie, hasta los que vociferaban y proponían quemar cauchos en la entrada de la tienda para que nadie pudiera ni entrar ni salir.
Les dije – Voy a llamar a INDEPABIS para ver que nos dicen – Se notó un cierto escepticismo, pero nadie argumentó en contra. Así que llamé al 0800 RECLAMA. Debo actualizarme, esto pasó hace ya algunos meses. Ahora INDEPABIS creo que se llama SUNDEE y el teléfono, ya no es el reclama, sino el 0800JUSTO, o algo por el estilo.
Y el 0800 RECLAMA ¡Me atendió el teléfono! Pero la alegría duro bien poco. Le explico que DUNCAN se niega a vendernos baterías aún a sabiendas de que si hay suficiente cantidad. Que la gente está muy arrecha por este abuso y que se está fraguando un movimiento de protesta que va a trancar la calle. La abúlica reacción fue aplastante.
 –Por favor, indíqueme su nombre y cédula de identidad – me contestó con voz de aburrimiento al otro extremo de la línea. Para mis adentros pensé – Coño, ya podía haber empezado por ahí y me evitaba esa perorata que tendré que repetir – Le di la información requerida e intenté seguir echando el cuento. Pero no era suficiente.
-¿En qué parroquia está ubicado? –
- ¿Qué parroquia es esta? – grito a voz en cuello, porque no lo sabía. Y el resto de los sufrientes tampoco.
- Simón Bolívar – dijo uno por allá, con cierta duda.
- Olegario Villalobos – Apuntó otro.
- Mire, no estamos seguros de la parroquia, espero que no sea un gran problema. Pero la dirección exacta es: Calle 78 con Avenida 9-B La sede de la DUNCAN en esa dirección. En Maracaibo todo el mundo la conoce –
Por fin pude explicarle la situación. A la gente le consta que hay baterías, la DUNCAN no quiere vender, los ánimos se están caldeando. Para evitar mayores males, sería bueno que se presentaran por aquí e inspeccionaran el depósito de DUNCAN. Prometió enviar unos inspectores (Promesas de cumbiambera, como se verá más tarde).
En la última discusión con el empleado, para que no me volviera a dar con la puerta en la nariz, puse la pierna en el marco de la puerta, de manera que si la quería cerrar, tendría que cortármela. El tipo se molestó muchísimo, pero al mismo tiempo se veía muy nervioso.
- Quite la pierna de ahí – decía con preocupada insistencia.
- O me la corta o vamos a tener que hablar – Ya estaba harto de evasivas, y había que demostrar firmeza.
- Mire – me dijo – Vamos a vender las 13 baterías del reclamo de garantía, y después, si quedan 3, o 5, o 7, o las que queden, las vamos a vender
(-Ya está haciendo concesiones – Dije para mis adentros, hay que seguir presionando) Pero los que estaban por la garantía y tenían su batería asegurada empezaron a hacer presión pues ellos tenían su problema resuelto, y el nuestro no les importaba. Dejé que abrieran el portón para que pasaran los carros que estaban por garantía, y una vez pasados, lo volvieron a cerrar.
Entre parlamento y parlamento con los despóticos empleados, hablaba con los otros afectados y, parece mentira, pero no había comentarios sobre lo que nos estaba pasando, o mejor dicho, si se comentaba, lo curioso es que a nadie le molestaba el maltrato del empleado y le achacaban la culpa de todo al gobierno.
El empleado nos mandaba para la mierda sin esperanza, y la culpa la tiene Maduro.
Ante el argumento de que la DUNCAN es una empresa privada, no lo asumían; de una u otra forma, que ellos ni se imaginaban, ni les preocupaba imaginarse. La Duncan depende del gobierno, no se sabe de que forma.
Al pedirle que se explique un poco mejor salen con.
- El problema es que el gobierno obliga a Duncan a vender a precio regulado. Las no reguladas las venderían sin problemas – Esto da pie a otra reflexión. Pregunto yo.
- ¿Pierde Duncan con el precio regulado?
– No – Y vuelvo yo - ¿Y a usted le parece bien que para poner a la venta las baterías debe pedir el precio que le dé la gana y obtener abultadísimas ganancias especulativas y el gobierno no debe intervenir para proteger al pueblo consumidor?  Y además en las otras tiendas de baterías, las venden a precio no regulado, sino al que les da la gana. 5.000, 6000 BsF ¿por qué no las compran ahí y se evitan la enojosa cola? Al fin y al cabo Uds están de acuerdo con el precio sin regulación –
No hay respuesta, se cambia al tema de los pañales, de los alimentos, de las medicinas y un largo etcétera. Pero como sea el gobierno siempre es culpable y antes (en la añorada cuarta república) uno llegaba y compraba lo que quería y había de todo y no había que hacer cola.
Hace recordar la prédica de los neoliberales de FEDECAMARAS, que también vociferan que es la regulación la causa de todos los males. Uno trata de imaginar la escena en el caso de la eliminación de las regulaciones.
- ¡Quitaron las regulaciones- Exclama el comerciante alborozado - ¡Qué bien, ahora podré bajar los precios!
Con tristeza uno recapacita que nadie se imagina esta escena, ni lo intenta. Para la gran mayoría, la culpa la tiene el gobierno porque regula y se entromete. Y ese si es un verdadero dogma, pero hágale usted a cualquiera caer en la cuenta de este dogma y verá como le gritan con vehemencia – ¡Yo no soy dogmático!-
En estas consideraciones avanzaba la mañana y no se veía ni solución por parte de la empresa ni aparecía el inefable INDEPABIS. Aparecieron sin saberse como unos cauchos de desecho y una garrafa de gasolina. Bueno, ya tenían un rato ahí. Y 2 o 3 hombres jóvenes, con ínfulas de revolucionarios, empezaron a gritar
- Tanto hablar de que se va a trancar la calle y no se hace nada – Eso, y no sé por qué, lo decían picándome a mí que era quien tenía la voz cantante. Recogí el guante pues me pareció reconocer una estrategia desmovilizadora.
- Yo pongo mi carro para trancar la calle, pero mi carro no prende, así que vamos, me ayudan a empujarlo, lo atravieso en la calle, y cortado el tráfico ponemos los cauchos y les metemos candela- reposté de inmediato.
Ante tanta determinación, como que les entró incertidumbre y el autonombrado vocero terció.
- Mire viejito, si usted atraviesa su carro y viene la policía a llevárselo, tenga por seguro que ninguno de los que estamos aquí vamos a hacer nada para ayudarlo –
Esa, tan demoledora como realista sentencia, dio al traste con la incipiente “revolución de las baterías”. No es la solidaridad una de las prendas de ese sector social de la clase media media ni media baja.
Volví al portón, a ver que se cocinaba, ya estaba algo cansado de pelear y discutir solo, al resto del rebaño lo que provocaba era mandarlos a la mierda. Estaba inmerso en estas tristes cavilaciones, cuando hete aquí que llegan dos policías en un carro. De inmediato pensé lo peor y decidí huir hacia adelante.
- ¡Por fin llegó la policía! – Exclamé con conveniente alborozo, y me aproximé a ellos. Pero tanto mis temores como mis esperanzas se disiparon al instante. No venían ni para bien, ni para mal. Solo venían a comprar una batería. Y excusado es decir que para ellos si había. Uno entró y el otro se quedó afuera. A este lo abordé y con medido énfasis le expliqué la situación. Que si había baterías pero que no querían vender y que la única opción que nos daban los de la empresa era seguir haciendo cola cuidando el puesto, quien sabe por cuanto tiempo. Asintió dándome la razón, pero no manifestó resolver nada. Salió el que había entrado y hablaron entre ellos. Luego entró el que había hablado con migo y al rato salió cargando una batería para un señor cuyo carro había estacionado fuera de la cola, en el centro comercial.
Después se metieron los dos policías y cuando salieron me dijeron que se iban a vender 30 baterías. El resto fue cuestión de tiempo.
Reflexiones al respecto:
No abandonaba mi memoria una noticia o comentario, que hace ya un tiempo vi en la TV estatal: Se había constatado que desde el año 2009, la DUNCAN había venido bajando la producción y subiendo el precio de las baterías, correcta aplicación maniquea de la famosa ley de la oferta y la demanda. No satisfecha con esto, importaba baterías desde Méjico. Las mismas, en su cara lateral, traen la información referente a la mercancía que se vende, entre otras cosas, el amperaje de la batería. Pues bien, baterías que en su etiqueta original señalaban 450 Amperios/hora, esta etiqueta era cubierta con otra, tipo calcomanía o pegatina, en donde aparecía la cantidad de 700 Amperios/hora, y las de 700, las ponían como de 1.000. Esto creo yo que constituye una estafa al público. Pero no hay ningún detenido y la DUNCAN sigue teniendo la prerrogativa de burlarse del pueblo venezolano y humillarlos a la hora de comprar, sin que por parte del Estado se ejerza ninguna acción tendiente a la protección del mismo pueblo.
Señores comunicadores de las televisoras estatales, por favor, absténganse de dar ese tipo de noticias o hacer esos comentarios, hasta que no salga la imagen de los dueños de la DUNCAN esposados entrando a un tribunal y salir de la misma manera rumbo a una prisión una vez sentenciados.
Es igual que las noticias o comentarios en los que se informa que llegaron a los puertos venezolanos contenedores llenos de basura, chatarra o piedras. Y montan ese llantén de “Como nos estafan los importadores con dólares preferenciales. Señores comunicadores, un contenedor no va caminando a la taquilla de una naviera y compra, él mismo, un boleto para Venezuela. No, esas gestiones tiene que hacerlas alguna persona, bien sea en nombre propio o de una organización. Y vienen indicados el nombre y dirección del destinatario. Por ahí se podía comenzar la investigación, en el caso de que se quiera hacer. Y si no se quiere hacer, por favor, no nos lo digan, pues da una sensación de impotencia o complicidad por parte del Estado, y a nosotros nos deja una sensación de desesperanza y orfandad.
En esta guerra económica la primera batalla que se perdió fue esa, la de las empresas de maletín. Y fue dejando un reguero de víctimas. Todo aquel que las mencionase, caía fulminado. Edmee Betancourt, Giordani, Navarro, fueron de las más conspicuas. Aunque como de costumbre en toda guerra, la primera víctima es la verdad.                                       
Los valores fundamentales de le revolución, como la solidaridad, se ven poco o nada, especialmente en este segmento de la población. Pero entre las clases de menor poder adquisitivo, la solidaridad es aún menor: he ahí al bachaqueo y su conchupancia con la buhonería. Que tienen a la población al borde de la locura o la histeria colectiva. Sin embargo el gobierno parece que mirase para otro lado. Con quejarse y denunciar que hay una guerra económica parece que le basta. Guerra en la cual uno de los contendores no se ve, pero se siente. No se ha denunciado ni a personas ni a grupos específicos y la guerra es algo impersonal como cuando llueve o hace calor.
Esporádica y espasmódicamente se detiene algún camión o depósito con mercancía acaparada; detención profusamente televisada ¡Por supuesto!  Pero los culpables siempre son el camionero o los vigilantes del depósito. Nunca se conoce al dueño de la mercancía ¿Por qué será? No quiero pensar que es por ser amiguetes de algún peso pesado.
Concentrémonos en el aspecto de la escasez de las baterías ¿A qué se debe? No es lógico pensar que de repente todos los carros consumen muchas más baterías, digamos una mensual, en vez de una al año, como es el promedio. Entonces debemos pensar en dos cosas: o bachaqueo o manipulación de precios disminuyendo drásticamente la producción. En cualquiera de las dos situaciones uno piensa que el Estado debería intervenir.
Aclaremos: El sistema actual se autodefine como socialista, pero socialista con adjetivo, en este caso de tiempo. Socialismo del siglo XXI, para diferenciarlo de los problemáticos socialismos del siglo XX.
Pero esta adjetivación temporaria no aclara en que consiste ni cual es su funcionamiento como socialismo. No lo diré yo, que tampoco lo sé con certeza, pero nada me impide que trate de imaginármelo. Además si se han dado una especie como de pinceladas dispersas que más o menos sirven para alimentar la imaginación. Parece que es un socialismo de coexistencia con las empresas capitalistas. Pero esa coexistencia no ha sido aún bien definida. Y mientras que por un lado se han practicado algunas expropiaciones, dando pie a interpretaciones alarmistas – El Gulag está a la vuelta de la esquina- Por otra parte no han hecho otra cosa que demostrar su más que dudosa efectividad. En la otra vertiente se observa la más asombrosa permisividad.
Si la prédica del neoliberalismo preconiza la práctica desaparición del Estado, al menos en el ámbito económico, quedando su actividad reducida a entrarle a palos a los pobres cuando protesten por las condiciones tan duras de vida. Quedando todo lo demás privado, privatizado y sin ninguna regulación en absoluto.
Pues en este u otro socialismo, lo menos que se pudiera esperar es que ejerciera algún tipo de control y regulación en lo económico. Y a la DUNCAN y demás vendedores de baterías ya podían haberle investigado su actividad. Por no hablar del bachaqueo y el contrabando de extracción. ¿Puede alguien creer en la existencia de un contrabando tan masivo sin la complicidad de los encargados de vigilar las fronteras? Pero esos son funcionarios del Estado y tal vez algo se pudiera hacer. Esto nos sumerge en profundas, oscuras y pesimistas cavilaciones. Uno no quisiera pensar mal, pero ya no se sabe que pensar.
Se pudiera escribir hasta el cansancio. Pero más se cansarían ustedes de leer. Así que lo dejaremos para otro momento.

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